El aislante térmico es un material que se utiliza para evitar la transferencia de calor entre dos ambientes o superficies. Su función es mantener una temperatura constante y confortable en el interior de una vivienda, un edificio o un vehículo, reduciendo el consumo de energía por calefacción o refrigeración. Existen diferentes tipos de aislantes térmicos, como la lana de vidrio, el poliestireno expandido, la celulosa, el corcho, la fibra de madera, el algodón, etc. Cada uno tiene sus ventajas y desventajas, así como su forma de colocación y su costo.
Pero ¿cuántos grados puede reducir el aislante térmico? ¿Qué factores influyen en su eficacia? ¿Qué normativa regula su uso?
¿Cómo funciona el aislamiento térmico?
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El calor se transmite por tres mecanismos: conducción, convección y radiación. La conducción es la transferencia de calor entre dos cuerpos en contacto directo. La convección es la transferencia de calor entre un cuerpo y un fluido (aire o agua) en movimiento. La radiación es la transferencia de calor entre dos cuerpos separados por el vacío o por un medio transparente.
El aislamiento térmico actúa sobre estos tres mecanismos, ofreciendo una alta resistencia a la transferencia de calor. Así, reduce las pérdidas de calor en invierno y las ganancias en verano de la vivienda.
Para medir la capacidad aislante de un material se utiliza el coeficiente de conductividad térmica (λ), que expresa la cantidad de calor que atraviesa una unidad de superficie, de espesor y de tiempo, cuando existe una diferencia de temperatura de una unidad entre las caras del material. Cuanto menor sea el valor de λ, mayor será el poder aislante del material.
Otro parámetro que se utiliza para medir la resistencia térmica de un material es el valor R, que se obtiene dividiendo el espesor del material (en metros) entre su conductividad térmica (en W/mK). Cuanto mayor sea el valor R, mayor será la resistencia térmica del material.
¿Cuántos grados puede reducir el aislante térmico?
La respuesta a esta pregunta depende de varios factores, como el tipo y el espesor del aislante térmico, la diferencia de temperatura entre el interior y el exterior, la orientación y la ventilación del edificio, etc.
No obstante, se puede estimar que un buen aislante térmico puede reducir la temperatura en hasta 10 grados Celsius en comparación con una superficie sin aislamiento. Esto significa que en verano se puede evitar el uso del aire acondicionado o reducir su potencia, y en invierno se puede evitar el uso de la calefacción o reducir su intensidad.
Según un estudio realizado por la Subsecretaría de Ahorro y Eficiencia Energética del Ministerio de Energía y Minería de la Nación, aislar térmicamente las paredes, techos y pisos puede llegar a representar una reducción del consumo de calefacción y aire acondicionado de entre un 35% a un 70%.
¿Qué tipos de aislantes térmicos existen?
Los aislantes térmicos se pueden clasificar según su origen, su forma o su aplicación. Según su origen, se pueden distinguir entre:
- Aislantes naturales: son aquellos que provienen de fuentes renovables y biodegradables, como la celulosa, el corcho, la fibra de madera, el algodón, la lana, etc. Tienen la ventaja de ser ecológicos y saludables, pero suelen tener un mayor costo y una menor durabilidad que los sintéticos.
- Aislantes sintéticos: son aquellos que se fabrican a partir de derivados del petróleo u otros compuestos químicos, como el poliestireno expandido, el poliestireno extruido, la espuma de poliuretano, la lana de vidrio, la lana mineral, etc. Tienen la ventaja de ser más económicos y resistentes que los naturales, pero suelen tener un mayor impacto ambiental y pueden generar problemas de salubridad.
Según su forma, se pueden distinguir entre:
- Aislantes en rollo o manta: son aquellos que se presentan en forma de láminas flexibles o semirrígidas, como la lana de vidrio, la lana mineral o el algodón. Se adaptan bien a superficies irregulares y se colocan por fijación mecánica o adhesiva.
- Aislantes en panel: son aquellos que se presentan en forma de placas rígidas o semirrígidas, como el poliestireno expandido, el poliestireno extruido o la fibra de madera. Se adaptan bien a superficies planas y se colocan por fijación mecánica o adhesiva.
- Aislantes proyectados: son aquellos que se aplican en forma de espuma líquida o sólida, como la espuma de poliuretano o la celulosa. Se adaptan a cualquier forma y se colocan por proyección o inyección.
- Aislantes reflectivos: son aquellos que se basan en la reflexión del calor radiante, como el aluminio o el aluminizado. Se colocan con una cámara de aire y se combinan con otros aislantes.
Según su aplicación, se pueden distinguir entre:
- Aislantes para cubiertas: son aquellos que se colocan sobre o bajo el techo, como la lana de vidrio, el poliestireno expandido o el aluminio. Su función es evitar las pérdidas o ganancias de calor por la superficie superior de la vivienda.
- Aislantes para fachadas: son aquellos que se colocan sobre o bajo el muro exterior, como el poliestireno extruido, la fibra de madera o el corcho. Su función es evitar las pérdidas o ganancias de calor por la superficie lateral de la vivienda.
- Aislantes para suelos: son aquellos que se colocan sobre o bajo el piso, como la espuma de poliuretano, la celulosa o el algodón. Su función es evitar las pérdidas o ganancias de calor por la superficie inferior de la vivienda.
¿Qué normativa regula el aislamiento térmico?
En Argentina, desde el año 2010, contamos con la norma IRAM 11.900 que certifica la eficiencia térmica de la envolvente para calefacción en nuestros hogares. Hacia fines del año 2017, se publicó una nueva versión de esta norma: IRAM 1900 v.2017, que propone un cálculo integral de las distintas prestaciones energéticas de la vivienda (calefacción y refrigeración, agua caliente sanitaria, iluminación) e incorpora un apartado para energías renovables.
Mediante este cálculo se estima la energía primaria que demanda un inmueble durante un año y por metro cuadrado. La norma por el momento es de aplicación voluntaria.
La norma establece una clasificación energética de los edificios según su consumo anual de energía primaria, desde la letra A (más eficiente) hasta la letra G (menos eficiente). También establece unos valores mínimos de resistencia térmica (R) para cada elemento de la envolvente (cubierta, fachada y suelo) según la zona climática y eólica en que se encuentre el edificio.
La norma tiene como objetivo promover el uso racional y eficiente de la energía, reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y mejorar el confort térmico y la calidad de vida de los habitantes.